Como ya os conté en el post anterior: soy un dramático de manual. Y es posible que os preguntéis… pero este chico ¿siempre ha sido así de dramático? PUES SÍ.
El otro día estuve pensando –que a veces me da por ahí- en qué momento me dio por ser así de Drama King y no llegué a ningún acontecimiento en concreto. Supongo que desde el momento en que abandoné el útero materno y me cortaron el cordón umbilical me surgió esta vena loca de exagerar todo a niveles casi insospechados.
Es posible que el tierno recién nacido Juan pensara: “¿¡DÓNDE VA CON ESE PEDAZO DE TIJERA?! ¿¡QUIEREN ACABAR CONMIGO!? ¿¡ES QUE NO PIENSAS HACER NADA, GLORIA –la madre que me parió, vaya-!?” y esa fuera la razón por la que –muy seguramente- rompí a llorar, y no porque empezase a respirar y todo eso que hacen los bebés cuando nacen. El caso es que me vinieron a la mente un par de anécdotas –MUY MUY, PERO QUE MUY- dramáticas de cuando era un pequeño infante.
La primera de ellas tiene lugar en el Parque de Atracciones. Yo era un pequeño retoño de unos nueve años que fue a pasar un día familiar por allí. Al parecer, mi altura –dentro de la media- me impedía montar en muchas atracciones y como soy muy servicial, me quedaba esperando con las mochilas. Ese año coincidió con la inauguración de “El Tornado”, una atracción mortal a los ojos del pequeño hobbit que era –como si ahora no lo fuese, vamos-. La última frase que me dijo mi madre antes de meterse a hacer la cola fue: “espera aquí que no tardamos nada”. Y UNOS COJONES. Al ser la inauguración, os podéis imaginar la cola que había para montar, pero ese pensamiento TAN lógico no fue el primero que rondó mi cabecita.
Después de mucho esperar –no sé ni cuántos días estuve esperando-, empecé a agobiarme y un terrible pensamiento acudió a mi cabeza: “¡¡¡ME HAN ABANDONADO!!!”. Mi reacción inmediata fue romper a llorar. Estaba desesperado. Dios mío, qué se supone que tenía que hacer ¿buscarles? Si me habían abandonado, no querrían encontrarme –lo que me hizo llorar mucho más fuerte-.
Ante tal situación, unas teenagers que pasaban por allí me preguntaron muy preocupadas qué me pasaba. Mi respuesta fue rotunda: ¡QUE ME HAN ABANDONADO! –articulando cada palabra con una dificultad inmensa-. Las muchachas me consolaron con argumentos del tipo “estarán al llegar”, “hay mucha cola” y “no te preocupes, que seguro que no te han abandonado” -¿¡SEGURO QUE NO?! ¿¡Qué palabras de consolación son esas para una pobre criatura de nueve años!?-
Fue cuando vi la llamativa camiseta de mi prima –roja con letras blancas con un mensaje tipo “You Only Live Once -"Solo se vive una vez" de Azúcar Moreno-” de típica adolescente- y corrí hacia la salida despidiéndome delas dueñas del teléfono de la esperanza. Antes de alcanzar la meta me torcí el tobillo y llegué a la salida cojeando y todavía con lágrimas en los ojos. Mi madre -muy madre- me dijo “¿¡PERO QUÉ TE HA PASADO!?” y cuando conté mi hipótesis del abandono, la expresión de su cara fue una mezcla entre “qué habré hecho yo en la vida para tener un hijo así” y “no me voy a reír porque el niño lleva un berrinche encima que para qué queremos más”.
Al final se me han ido de extensión la historia y tampoco quiero aburrir con más, así que la otra anécdota dramático-infantil que tenía pensada os la contaré otro día. Con este post -que parece no tener ningún sentido- os descubro la razón de por qué reacciono como reacciono ante el 95% de las situaciones de la vida, porque así de dramático y efusivo soy yo.
Att: Jotacé. #KeepTheDramaForYourMama.
El otro día estuve pensando –que a veces me da por ahí- en qué momento me dio por ser así de Drama King y no llegué a ningún acontecimiento en concreto. Supongo que desde el momento en que abandoné el útero materno y me cortaron el cordón umbilical me surgió esta vena loca de exagerar todo a niveles casi insospechados.
Es posible que el tierno recién nacido Juan pensara: “¿¡DÓNDE VA CON ESE PEDAZO DE TIJERA?! ¿¡QUIEREN ACABAR CONMIGO!? ¿¡ES QUE NO PIENSAS HACER NADA, GLORIA –la madre que me parió, vaya-!?” y esa fuera la razón por la que –muy seguramente- rompí a llorar, y no porque empezase a respirar y todo eso que hacen los bebés cuando nacen. El caso es que me vinieron a la mente un par de anécdotas –MUY MUY, PERO QUE MUY- dramáticas de cuando era un pequeño infante.
La primera de ellas tiene lugar en el Parque de Atracciones. Yo era un pequeño retoño de unos nueve años que fue a pasar un día familiar por allí. Al parecer, mi altura –dentro de la media- me impedía montar en muchas atracciones y como soy muy servicial, me quedaba esperando con las mochilas. Ese año coincidió con la inauguración de “El Tornado”, una atracción mortal a los ojos del pequeño hobbit que era –como si ahora no lo fuese, vamos-. La última frase que me dijo mi madre antes de meterse a hacer la cola fue: “espera aquí que no tardamos nada”. Y UNOS COJONES. Al ser la inauguración, os podéis imaginar la cola que había para montar, pero ese pensamiento TAN lógico no fue el primero que rondó mi cabecita.
Después de mucho esperar –no sé ni cuántos días estuve esperando-, empecé a agobiarme y un terrible pensamiento acudió a mi cabeza: “¡¡¡ME HAN ABANDONADO!!!”. Mi reacción inmediata fue romper a llorar. Estaba desesperado. Dios mío, qué se supone que tenía que hacer ¿buscarles? Si me habían abandonado, no querrían encontrarme –lo que me hizo llorar mucho más fuerte-.
Ante tal situación, unas teenagers que pasaban por allí me preguntaron muy preocupadas qué me pasaba. Mi respuesta fue rotunda: ¡QUE ME HAN ABANDONADO! –articulando cada palabra con una dificultad inmensa-. Las muchachas me consolaron con argumentos del tipo “estarán al llegar”, “hay mucha cola” y “no te preocupes, que seguro que no te han abandonado” -¿¡SEGURO QUE NO?! ¿¡Qué palabras de consolación son esas para una pobre criatura de nueve años!?-
Fue cuando vi la llamativa camiseta de mi prima –roja con letras blancas con un mensaje tipo “You Only Live Once -"Solo se vive una vez" de Azúcar Moreno-” de típica adolescente- y corrí hacia la salida despidiéndome delas dueñas del teléfono de la esperanza. Antes de alcanzar la meta me torcí el tobillo y llegué a la salida cojeando y todavía con lágrimas en los ojos. Mi madre -muy madre- me dijo “¿¡PERO QUÉ TE HA PASADO!?” y cuando conté mi hipótesis del abandono, la expresión de su cara fue una mezcla entre “qué habré hecho yo en la vida para tener un hijo así” y “no me voy a reír porque el niño lleva un berrinche encima que para qué queremos más”.
Al final se me han ido de extensión la historia y tampoco quiero aburrir con más, así que la otra anécdota dramático-infantil que tenía pensada os la contaré otro día. Con este post -que parece no tener ningún sentido- os descubro la razón de por qué reacciono como reacciono ante el 95% de las situaciones de la vida, porque así de dramático y efusivo soy yo.
Att: Jotacé. #KeepTheDramaForYourMama.